EN UN 2 DE OCTUBRE DE 1999…
ESPAÑA DEBUTA EN UNA COPA DEL MUNDO DE RUGBY
Cuando los leones, eran los
cristianos
¿Qué nos queda
por ver? Esa pregunta lanzaba al aire cuando me abracé emocionado a mi amigo
Ismael una vez que España barrió a Italia en la final de la pasada Eurocopa de
fútbol. Como muchos de ustedes, nos sentíamos privilegiados por haber visto al
deporte español pasar de gatear por el pasillo, a encajarse el birrete de
licenciado. Nuestra mirada se posó sobre un balón de rugby que presidía el
local. “Valdría por dos vidas poder
llegar a presenciar ese momento”, dije.
El rugby es
más que un deporte, y lo prueba el hecho de que el debut del quince del león en
una fase final mundialista fuera en una localidad que no saldría ni en los
sistemas de navegación de hoy en día, ni tan siquiera en los de Android.
Galashiels, una villa de diez mil habitantes en pleno corazón de las highlands escocesas, iba a ser premiada
con un partido de este nivel. El campo no tenía mucho más aforo que el de Pepe
Rojo, pero el partido era considerado el más flojo de todo el torneo. Porque en
el rugby, la liturgia siempre antecede al glamour.
No era
Twickenham, ni mucho menos, pero a esa selección le dio exactamente igual. Era
su oportunidad, una oportunidad ganada un año antes, en Elche, cuando
derrotaron en un partido antológico a Portugal. Aquel equipo entrenado por
Alfonso Feijoo, era un equipo liderado por un jugador nacionalizado, el célebre
media apertura ruso Kovalenco, pero con gente de casa curtida en campos de
tierra. Hombres antes que nombres. En la delantera, el talonador Diego Zarzosa,
que a raíz de este debut mundialista llegó a ser el primer español en jugar en una
gira con los Barbarians.
Kovalenco hizo
el saque inicial, y el balón cayó dentro de la 22 uruguaya muy cerca de la
línea de touche. Los “gordos” uruguayos conceden un golpe, y Kovalenco no falla
a palos. España fue la debutante en una fase final que antes consiguió anotar
en toda la historia de la Copa del Mundo. Un récord que todavía perdura.
Estadísticas al margen, el partido fue una clase magistral del “otro rugby”.
Sin grandes estrellas en ambos bandos, sin capacidad de jugar a la mano, España
cambió el tan cacareado “rugby champagne” por una dosis de “rugby brandy”.
Empujando en cada melé como si fuera la de la victoria, tirándose a por todas
en los ruck…
Al descanso,
los héroes españoles caían por 6-10, toda vez que “los Teros” consiguieron un
ensayo en el ecuador del primer acto. El pie de Kovalenco nos metió de lleno en
el partido, y el minuto cincuenta volteaba el marcador, poniendo el 12-10 (¿En
el luminoso?) Uruguay reaccionó haciendo buena esa máxima de que en rugby la
delantera gana los partidos, y la tres cuartos decide por cuánto. A falta de
quince minutos, y con 15-17 en el marcador, no hay lugar para teorías. España
creía en la victoria, y jugó a lo que podía en ese momento: embotellar a
Uruguay y buscar el golpe, el gran golpe.
El golpe nos
lo dio Uruguay. Con dos ensayos al final, uno de ellos casi en el tiempo de
prolongación, el 15-27 era un resultado engañoso viendo el desarrollo del
encuentro. A este partido le siguió el mejor partido de la historia del oval
Español, el 3-47 ante los Books, la Sudáfrica heredera de Invictus, en un partido en el que España hizo una demostración de
tesón que no es justamente plasmada en el resultado. La despedida, en el templo
del oval escocés Murrayfield, fue un regalo pese a la debacle (48-0).
Al
principio les dije que era un afortunado, y entre esa fortuna incluyo ver a
quince hombres embestir a los gigantes, sin complejos, sin mirar su origen,
jugando cada balón sin mirar el marcador. Ayer abracé a mi amigo, pero los dos
queremos seguir abrazados a una quimera.
Y mañana en el blog: entra en la leyenda…
Completo la información con otro hecho que sucedió ese mismo día. Inglaterra jugó ante Italia en Twickenham, y Wilikson, con sólo 20 años anotó 32 puntos: cinco golpes a palos, seis transformaciones y un ensayo.
ResponderEliminarHabía nacido una estrella.