EN UN 8 DE OCTUBRE DE 1995… ESPAÑA ARRASA EN LOS MUNDIALES DE DUITAMA
La gesta y el gesto
En 1995,
Colombia trataba de superar uno de los peores episodios de su historia
reciente. La guerra no declarada entre narcotraficantes y el estado colombiano
se había cobrado miles de víctimas, y además de llenar de terror las calles de
todo el país, había socavado seriamente la imagen exterior de la nación. Los
mundiales de ciclismo, suponían una oportunidad de oro para mostrar al mundo
una Colombia muy diferente a la que había copado los noticiarios en los últimos
años.
Duitama, en
pleno corazón de la cordillera Oriental , iba a ser la sede elegida para acoger
el evento. Un trazado extremadamente duro, que parecía reservado para los
escaladores puros. Un escenario idílico para los colombianos de haber llegado
la carrera en otro momento. “Cacaíto” Rodríguez y Rincón, eran las mejores
bazas locales, pero no parecían favoritos a medalla. Suiza, con Dufaux y
Gianetti, Francia, con Virenque y el campeón en ejercicio, Luc Leblanc, y, por
supuesto, Italia con Casagrande, Lanfranchi y Pantani, parecían los principales
rivales de España. La selección embarcó al altiplano un equipo de relumbrón
capitaneado por Indurain, y con Olano, Escartín, y el malogrado “Chava” Jiménez
como bazas tácticas.
Casi cien
corredores toman la salida. A la dureza del recorrido cabe sumar la presencia
de la lluvia que acompañó a los corredores desde el ecuador de la prueba. Los
seleccionadores buscan las clásicas escaramuzas, en las que se ven involucrados
corredores importantes como Pantani, Leblanc o Jiménez. Los abandonos aumentan
exponencialmente, y sólo quedan 25 corredores a falta de tres vueltas para el
final. En ese punto, la lluvia había convertido el trazado en una pista de
patinaje, y Miguel Indurain evitó dos veces la caída echando pie a tierra.
A falta de dos
vueltas para el término la carrera, Indurain volvió a ser víctima de la
fatalidad y sufrió un pinchazo en medio de un ataque de Mauro Gianetti. Miguel
contactó en medio de la subida al puerto, e Italia neutralizó la intentona
suiza. Al poco de coronar el puerto, Abraham Olano, se juega el tipo y decide
atacar en el descenso. Italia, que había ejercido la capitanía del grupo las
últimas vueltas decide esperar. Olano iba a pasar con 23 segundos de ventaja a
toque de campana.
Continúan las
dudas, y Olano aumenta su renta por encima de la barrera psicológica del medio
minuto. A pesar de no haberse mostrado durante la prueba, Suiza, Italia y
Francia respetan en exceso la figura de Indurain. Durante el último ascenso al
puerto, Mauro Gianetti vuelve a atacar con todo. Sólo dos hombres pueden
seguirle a rueda: Marco Pantani y Miguel Indurain. La ventaja de Olano al final
del descenso era de algo más de veinte segundos, pero Indurain estaba
ejerciendo de freno.
Pantani, el
eterno pirata, miraba receloso a Miguelón que rodaba bajo esa imperial estampa
con la que domino tiránicamente las carreras francesas a principios de los
noventa. Ese rictus mezcla de benevolencia e insolencia. El seleccionador
español José Grande tenía la sartén por el mango, y toda España soñaba con el
doblete.
“No puede ser,
no puede ser” se lamentaba al límite de sollozos Karmele, esposa de Abraham
Olano en los micrófonos de COPE. Las imágenes de televisión mostraban la rueda
trasera del de Anoeta con signos claros de ir pinchada, justo al paso del arco
del último kilómetro. Lo que iban a ser minutos de gozo se transformaron en
zozobra.
Olano se
encomendó a algún santo, quien sabe si a su protector San Beltrán, y con dosis
de sangre fría aguantó su ventaja y cruzó la línea de meta dando a España su
primer oro en ruta. Lo mejor estaba por llegar. Indurain, más fresco, demostró
que cuando tenía que esprintar era muy rápido y superó a Pantani, bronce, y
Gianetti, en el esprint por la plata. España firmaba su mejor actuación
mundialista, con dos oros y dos platas.
La prensa
quiso atribuir a Indurain méritos que no le correspondían, por esa eterna manía
del culto a la personalidad. Miguel hizo lo que Olano habría hecho por él de
estar en su situación: guardar la ropa. El debate del mérito no debe ocultar la
realidad, la de una gesta difícilmente repetible para nuestro ciclismo.
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