lunes, 8 de octubre de 2012

Doblete en Duitama 08-10-1995



EN UN 8 DE OCTUBRE DE 1995…  ESPAÑA ARRASA EN LOS MUNDIALES DE DUITAMA


La gesta y el gesto


En 1995, Colombia trataba de superar uno de los peores episodios de su historia reciente. La guerra no declarada entre narcotraficantes y el estado colombiano se había cobrado miles de víctimas, y además de llenar de terror las calles de todo el país, había socavado seriamente la imagen exterior de la nación. Los mundiales de ciclismo, suponían una oportunidad de oro para mostrar al mundo una Colombia muy diferente a la que había copado los noticiarios en los últimos años. 


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Duitama, en pleno corazón de la cordillera Oriental , iba a ser la sede elegida para acoger el evento. Un trazado extremadamente duro, que parecía reservado para los escaladores puros. Un escenario idílico para los colombianos de haber llegado la carrera en otro momento. “Cacaíto” Rodríguez y Rincón, eran las mejores bazas locales, pero no parecían favoritos a medalla. Suiza, con Dufaux y Gianetti, Francia, con Virenque y el campeón en ejercicio, Luc Leblanc, y, por supuesto, Italia con Casagrande, Lanfranchi y Pantani, parecían los principales rivales de España. La selección embarcó al altiplano un equipo de relumbrón capitaneado por Indurain, y con Olano, Escartín, y el malogrado “Chava” Jiménez como bazas tácticas.

Casi cien corredores toman la salida. A la dureza del recorrido cabe sumar la presencia de la lluvia que acompañó a los corredores desde el ecuador de la prueba. Los seleccionadores buscan las clásicas escaramuzas, en las que se ven involucrados corredores importantes como Pantani, Leblanc o Jiménez. Los abandonos aumentan exponencialmente, y sólo quedan 25 corredores a falta de tres vueltas para el final. En ese punto, la lluvia había convertido el trazado en una pista de patinaje, y Miguel Indurain evitó dos veces la caída echando pie a tierra.




A falta de dos vueltas para el término la carrera, Indurain volvió a ser víctima de la fatalidad y sufrió un pinchazo en medio de un ataque de Mauro Gianetti. Miguel contactó en medio de la subida al puerto, e Italia neutralizó la intentona suiza. Al poco de coronar el puerto, Abraham Olano, se juega el tipo y decide atacar en el descenso. Italia, que había ejercido la capitanía del grupo las últimas vueltas decide esperar. Olano iba a pasar con 23 segundos de ventaja a toque de campana.

Continúan las dudas, y Olano aumenta su renta por encima de la barrera psicológica del medio minuto. A pesar de no haberse mostrado durante la prueba, Suiza, Italia y Francia respetan en exceso la figura de Indurain. Durante el último ascenso al puerto, Mauro Gianetti vuelve a atacar con todo. Sólo dos hombres pueden seguirle a rueda: Marco Pantani y Miguel Indurain. La ventaja de Olano al final del descenso era de algo más de veinte segundos, pero Indurain estaba ejerciendo de freno.




Pantani, el eterno pirata, miraba receloso a Miguelón que rodaba bajo esa imperial estampa con la que domino tiránicamente las carreras francesas a principios de los noventa. Ese rictus mezcla de benevolencia e insolencia. El seleccionador español José Grande tenía la sartén por el mango, y toda España soñaba con el doblete.

No puede ser, no puede ser” se lamentaba al límite de sollozos Karmele, esposa de Abraham Olano en los micrófonos de COPE. Las imágenes de televisión mostraban la rueda trasera del de Anoeta con signos claros de ir pinchada, justo al paso del arco del último kilómetro. Lo que iban a ser minutos de gozo se transformaron en zozobra.

Olano se encomendó a algún santo, quien sabe si a su protector San Beltrán, y con dosis de sangre fría aguantó su ventaja y cruzó la línea de meta dando a España su primer oro en ruta. Lo mejor estaba por llegar. Indurain, más fresco, demostró que cuando tenía que esprintar era muy rápido y superó a Pantani, bronce, y Gianetti, en el esprint por la plata. España firmaba su mejor actuación mundialista, con dos oros y dos platas.


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La prensa quiso atribuir a Indurain méritos que no le correspondían, por esa eterna manía del culto a la personalidad. Miguel hizo lo que Olano habría hecho por él de estar en su situación: guardar la ropa. El debate del mérito no debe ocultar la realidad, la de una gesta difícilmente repetible para nuestro ciclismo.

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